viernes, 28 de noviembre de 2008

Homo Sampler: La elocuencia del coolhunter literario

(Entrevista a Eloy Fernández Porta)

De las viñetas de Miguel Brieva a firmas como Ferrero Rocher, The House of Blues y los relojes Swatch, pasando por el mismísimo concepto de «amistad» y la prosa de J.G. Ballard, Quim Monzó o Bukowski; el ensayo de Eloy Fernández Porta Homo Sampler (Tiempo y consumo en la Era Afterpop), de reciente publicación en Anagrama, constituye un título imprescindible en la crítica cultural española actual —de los pocos, por cierto, capaces de conseguir arrancar las carcajadas del lector con temas del tipo «el bucle o el rapto del presente». Y va en serio.

AJR: «Hablar de cultura de consumo es hablar, en primer lugar, de un impulso primordial: el de devorar.» A mí esto me parece una metáfora estupenda de su obra ensayística: esa «obligación de leerlo todo» a la que Pierre Bayard se refiere en Cómo hablar de los libros que no se han leído… Algo muy capitalista, vaya: acumulación de información en cantidades desmesuradas.

Eloy Fernández Porta: Pues suena razonable, pero ¿qué es lo "desmesurado"? Temo que este término, y los relacionados, cambie con cada generación. Me he encontrado con profesores universitarios de cincuenta años que me reprochan "usar demasiadas referencias" y con blogueros que me afean no haber hablado de videojuegos, de dramaturgos o de otros escritores catalanes. Uno tiene tendencia a ordenar toda esa información, a someterla a estructuras como la del ensayo sobre RealTime, que está organizado en veinticuatro secciones, como una "reconstrucción del día". Por eso ahora mismo no me veo capaz de tener un blog, que me parece un medio disperso en el mejor de los sentidos, aun cuando veo que muchos autores son bien capaces de bloguear con una mano y escribir novelas con la otra.

AJR: UrPop, RealTime, TrashDeLuxe, Afterpop… ¿Y esa obsesión suya por la taxonomía y la jerga coolhunter?

EFP: La figura del coolhunter se me antoja como una figura de conocimiento, quizá la que mejor representa nuestra época. En es un intento de comprender la economía cultural del momento, el coolhunter se ve obligado a realizar varias actividades simultáneas, y aparentemente contradictorias: prever el futuro inmediato, y realizarlo en el momento en que lo enuncia; romper con la moda imperante, pero también restablecer otra nueva; introducir un nuevo criterio de valor, pero también reafirmar alguno de los anteriores. Eso es pensar en el capitalismo; situarse "fuera de él", como ha pretendido el humanismo clásico, es una pretensión inútil. Por lo demás, el coolhunter corre el riesgo de ser devorado por la moda o por una tribu de jebis; ambos aspectos los he intentado abordar en Homo Sampler. En cuanto a la terminología, para mí es sólo "el nombre de la cosa"; me interesa más el contenido de esos términos, aunque ya me figuro que el membrete puede llamar más la atención. Si a veces uso categorías que recuerdan más a una revista de tendencias que a los estudios académicos es porque las primeras me parecen más sintéticas y más prácticas.

AJR: Son muchos los fragmentos diseminados a lo largo de su ensayo que desprenden un poso de necesaria —y relativizadora— sociología de la literatura. ¿Suscribe el postulado, radical, de Baricco, según el cual Shakespeare es equiparable a Mickey Mouse?

EFP: Pues no. Ese es el tipo de cosa que todo el mundo está dispuesto a decir en un momento de "relativismo posmoderno" o pa ligar, pero que nadie cree, si aún puede decirse esto, "en su fuero interno". Porque cuando tú o yo escuchamos la palabra "Shakespeare" su resonancia, sus implicaciones, su sonoridad incluso, resultan ser completamente distintas a las de la palabra "Mickey Mouse". No es relevante si "tenemos razón" al sentirlas distintas; lo importante es que se nos antojan diferentes, como también lo son los términos "ternasco" y "baquelita". Lo importante de la frase de Baricco no es lo que dice, que se ha venido diciendo, sea con voluntad provocadora o sincera, al menos desde los años cincuenta, sino su decisión, meramente retórica, de yuxtaponer términos dispares —decisión que se revela exitosa, ya que no "significativa", en la medida en que tú mismo has seleccionado esa cita, descartando otras frases que te parecían menos llamativas, porque en ellas ese contraste era menos patente o no existía. La conclusión de todo esto la ha enunciado muy bien Boris Groys: la frontera entre la alta cultura (que él llama "espacio del archivo") y la baja (que él denomina "lo profano") no se anula con un golpe de dados creativo, ni con "la deriva del capitalismo", ni con la debacle del sistema educativo; esa distinción es producida performativamente en el interior de cada obra, de tal modo que la tensión entre ambos estratos se convierte en estéticamente reveladora. Porque suscita tensión. Y, como tú sabes, yo entiendo que esa tensión se resitúa en el marco de la cultura pop, entre obras y estilemas que interpretamos como "alta cultura pop" y otros que nos parecen "basura pop".

AJR: Sé que le apasionan los cuestionarios difíciles, así que esta vez le voy a dejar en manos de Sartre: ¿Qué, por qué y para quién escribir?

EFP: Para quienquiera que quiera echarse unas risas.

AJR: Javier Calvo, en Esquire (noviembre de 2008): «La desventaja [de las generaciones] es el Cansancio de la Repetición». Añádase a esto que asistimos a una suerte de segunda oleada de escritores mutantes. ¿Cuánta vida le queda al grupo?

EFP: Bueno, toda esta historia no la concibo como "un grupo", sino como una serie de encuentros, intercambios y proyectos entre gente de distintos ámbitos creativos. En la difusión de todo ello hay que diferenciar entre dos instancias de información, que han producido discursos distintos. A los que trabajamos en ensayo nos interesa, sobre todo la estética. En cambio, a los que trabajan en periodismo cultural, aunque también manejan criterios de estética y de otras disciplinas, les concierne, sobre todo, la sociología de la cultura. Esto explica que en el traslado de un ámbito a otro a veces haya aspectos que queden "lost in translation". Términos de estética tales como la "pangea" de Vicente, la "postpoética de Agustín o los míos propios, cuando se enuncian en textos de periodismo cultural, se han reformateado a veces como si definieran un grupo de narradores unificado por criterios generacionales. Mi visión de la historia no es generacional, no es exclusivamente novelística y no está fundada en afectos personales, que son cosa privada, sino en afinidades creativas, que las puedo sentir igual con un artista que con un narrador, igual con alguien nacido en el 75 que con alguien nacido en el 57.

EDC: Se le ve muy cómodo, y con una impronta reconocible desde varias millas a la redonda, en la escritura de ficción: ¿para cuándo una novela o una nueva colección de relatos de Fernández Porta®?

EFP: Tengo terminado un libro de relatos, un bestiario, del que he ido publicando algunos adelantos en revistas y en antologías, alguna de ellas en traducción inglesa. Se trata de un bestiario, y desarrolla algunos temas que salen en el ensayo sobre UrPop, aunque en este caso se trata más de "lo animal" que de "lo primitivo". Lo publicaré más adelante.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Todo lleva carne, de Peio Hernández

Pienso: la conjunción entre fragmento y topografía urbana —escenario indiscutible de la modernidad literaria desde Baudelaire— a menudo acaba por derivar en una suerte de reminiscencia a lo contracultural, a lo outsider, a lo subterráneo: collages, como un lienzo de Basquiat.

Precisamente es en ese poso de lo subversivo, salpimentado con un jugoso retrato de lo que (trayendo a colación al Perec de Las cosas, ofuscado cuando de lo que se trata es de perfilar la dignidad estética de la vulgaridad y el día a día, sin caer del lado de lo kitsch o lo blandengue) es la anodina clase media «low cost», donde descansa Todo lleva carne; un sugerente debut novelístico de Peio H. Riaño (1975), que, frente a los metadiscursos estériles de nuestro tiempo, consigue alzarse entre la muchedumbre a partir de su valor como documento antropológico. Tráigase a colación, pues, el relato «Lo que le jode a…»: una reinvención del corto ‘Foutaises’, de Jean Pierre Jeunet, y ejercicio de relativismo en donde el texto se comporta como tabula rasa para albergar los miedos de sujetos completamente dispares, diseminados todos ellos a lo largo de pirámide social —desde «el presidente de Volkswagen» hasta una madre anónima pasando por Elvira Lindo o un tal P.R.H…—, y cuyo corolario vendría ser algo así como el suspiro No somos nadie. Y cierto es que buena parte de Todo lleva carne —deudor a tiempo parcial de Circular, de Vicente Luis Mora— admite ser leído como tratado de fobias y filias: «Me gustaría poder comprar algo de tiempo», «el problema no es leer un libro al año o cuatro al mes / el problema es qué haces luego con lo que lees», «Escribo un mail a Paco, que tiene una hija y un hijo por este orden: ¿Has puesto a cocer alguna vez un chupete?»

Es verdad que, como Javier Calvo apuntase en un artículo para Esquire (Noviembre de 2008), el problema de las generaciones siempre acaba siendo «la Muerte por Repetición». No obstante, y aunque el autor de Todo lleva carne pueda ser reunido dentro de una segunda hornada de nuevos narradores avantpop, Peio H. consigue dar un toque de atención a los lectores, recordando así que el futuro de la narrativa no ha de atravesar necesariamente las nuevas tecnologías, y que el asfalto, la exploración sociológica y el calor humano, vuelven a ser material al uso de primer orden.

Odio Barcelona

Odio Barcelona, que sigue la estampa generacional de otros títulos como Mutantes, Golpes: Ficciones de la crueldad social, o Resaca/ Hank Over, se presenta sin concesiones. Con un (mejorable, de largo) diseño de portada que pretende una estética de post-graffiti —photoshop como simulacro del stencil, para el caso—, y una llamada de atención por parte de la editorial al hilo de los peligros que entraña el pensamiento único y el capitalismo descabalgado, la primera conclusión ideológica que se extrae de todo esto es el lema Globalización sí, pero de otro modo, pues a priori, maticemos, bien es cierto que habría un poso aberrante en el hecho de reunir a doce escritores jóvenes enfrentados a su propia contemporaneidad. Así, el objeto de estos ensayos y relatos no será otro que la Barcelona postolímpica, la que «en ese raro afán por acercarse a París, cobra caro y trata mal; a eso le llaman glamour» (Llucia Ramis), «la ciudad más europea de Europa y con más ciudadanos del mundo del Mundo» (Óscar Gual), en la que hay cabida para «tropas gafapasti que sobreviven a la crudeza de los inviernos macbianos» (Carol París), y la de «la bohemia sin talento, el ocio con ínfulas, y la vidorra sin medios» (Javier Blánquez, excelente en “De este rebaño no tira cabestro”).

Para alivio del lector, diremos que no todos los textos han sido orquestados en su significado siguiendo las directrices altermundialistas de las que la editorial Melusina habla, y que afortunadamente también hay espacio para el odio engarzado a la esfera de lo personal. En este sentido destacan sobremanera los textos de Robert-Juan Cantavella, Óscar Gual o Hernán Migoya entre otros: mientras el primero plantea un arcade de corte punk —nada que ver con el punk-journalism— en donde la «cabeza de gran dimensión» del personaje arremete contra «muñecos de uniforme» y «muñecos amarillos que han venido a velar por mi seguridad», Gual propone un descacharrante e ingenioso formulario de entrada para «abrirle la puerta tan sólo a aquellos que lleven un ciudadano de Barcelona en su interior», y Migoya transmite la tensión generada en un vagón de metro entre un «guiri» y un pandillero latino. Anticipo a su esperado Homo Sampler —precisamente ayer[1] puesto a la venta—, Eloy Fernández Porta cierra la antología con uno de sus aplastantes ensayos donde disecciona distintas manifestaciones del odio entroncadas a la visión mercantilista: «desde las noticias de la televisión nocturna hasta el cine y los conciertos de rock, el odio se presenta en formato sensacional, como mercancía, fácilmente accesible a los consumidores.»

Entre la amalgama estilística de Odio Barcelona actúan como interludios los ejercicios periodísticos de Lucía Lijtmaer («La estrella de cinco puntas») y Fernández Mallo («Viaje-Experiencia Odio Barcelona»). El primero de ellos, a juzgar por la escasa luz que arroja al conjunto, remitirá al lector la dicotomía entre lo que es un Fragmento y un apunte a vuelapluma; en bruto. En cuanto al autor de la saga Nocilla, este vuelve a probar la desconcertante combinación de material gráfico y testimonios que ya había llevado a cabo con anterioridad en la revista Quimera, en un texto donde hay tiempo para fotografiar las nubes de la Ciudad Condal, y recoger opiniones personales de los ciudadanos sobre su ciudad.




[1] 6 de noviembre.