viernes, 30 de mayo de 2008

Geografía del tiempo

Título: Geografía del tiempo
Autor: A.G. Porta
Editorial: Acantilado
Fecha de publicación: mayo de 2008

Geografía del tiempo
, apéndice de la anterior novela de A.G. Porta (Barcelona, 1954) Concierto del No Mundo, consiste entre otras motivaciones, en una afortunada rareza literaria en la que el autor vierte escenarios característicos de la ciencia ficción sobre una narrativa que en ningún caso es “de género”. Al contrario, A.G. Porta despliega un texto de corte metafísico (si bien nos encontramos con alguna que otra consideración por parte de los personajes bastante, bastante previsible y manida —pp. 52-53, o p. 102.—) sin que ello, como decimos, signifique descuidar la carga cromática y cinematográfica del texto (“Dos niños muertos fingen dormir en el interior de una manta doblada sobre sí misma”; “La bala le ha partido la columna vertebral, solo así se explica la postura de un cuerpo desmadejado, abatido junto a la acera, como si hubiese querido ocultar su rostro [… ] en esos pocos centímetros de desnivel que hay entre la acera y la calzada”), ni dejar a un lado guiños al influjo de la cultura de la imagen (“Ahora amo, le escribe a McGregor, amo una imagen”).

En Geografía del tiempo asistimos a un cazador de extraterrestres (la mención a Blade Runner, por todo lo anteriormente dicho, es obligatoria) que, destruida la Tierra, vigila Ciudad del Espacio archivando cadáveres y en busca de depósitos de víveres; ante él solo un desierto. Y es por esto por lo que resulta especialmente acertado recurrir al fragmento, porque en su conjunto, estos repercuten en el lector como una suerte de evocación a los últimos latidos de la civilización. No obstante, y aún en lo que a materia estilística se refiere, García Porta desploma —en contadas ocasiones, eso sí; y al principio de la narración— el clímax narrativo con alguna que otra desacertada comparativa (“Con una mano agarra fuertemente la correa del maletín, como si las esposas que lo unen a él no fueran a cumplir su cometido” —?—).

En su carácter de introspección —pues la narración se centra en la reconstrucción a su gusto, por parte del último superviviente, de la cultura—, Geografía del tiempo deviene tratado de incomunicación humana: sin una sociedad que lo respalde, el cazador de extraterrestres mantiene una convulsa lucha por mantenerse sobrio (“El viejo cazador desespera porque no consigue explicarse”) y huir del patetismo producto de la desintegración (“Amar a una muerta, canta improvisando una letra. Amar un cadáver. ¿Qué sentido tendría violar un cuerpo sin vida, desnudarlo y hacerle el amor?”).

Una última cosa para terminar: No se dejen persuadir por lo que leen en la contraportada del libro, dado que Porta no se sirve de ella para compendiar la trama de la novela, sino que crea el marco donde transcurren los acontecimientos —París (!!)— y añade información que, de otro modo, sería desconocida para el lector.

miércoles, 21 de mayo de 2008

La orgía Vilas

Título: España
Autor: Manuel Vilas
Editorial: DVD
Año: 2008

Erigida como ensamblaje de textos breves, y en el cual es posible hallar desde un post procedente de manuelvilas.blogspot.com hasta una carta en la que se exponen las deficiencias del piso del propio autor, España constituye la nueva gamberrada de la factoría Manuel Vilas (Barbastro); ese escritor nacido en los sesenta («España también tuvo años sesenta. Los años sesenta: un tiempo en donde era posible la felicidad y la inocencia histórica.») aunque dotado de un asombroso espíritu, digámoslo así, adolescente. Obsérvese a continuación a qué nos estamos refiriendo: En su anterior novela, Magia (DVD, 2004), hay un célebre epígrafe en el que unos empleados de Carrefour y McDonald’s deciden acabar con el tedio mediante la celebración de una orgía. Pues bien, muy posiblemente esa sea la idiosincrasia fundamental de Vilas: el carácter orgiástico de su obra tanto en verso como en prosa.

En efecto, la España de la que Vilas habla —porque no es lo mismo España que España— es aquella jactanciosa de su progreso («“No creo que yo fuese feliz viviendo como un pobre”, le dije a Julia») y extasiada por la sociedad de la abundancia («Mañana iría a El Corte Inglés y a la Fnac y compraría todos los deuvedés que encontrase de Edith Piaf»); la misma que se salta las colas (p. 53), ve «mujeres desnudas en Internet haciendo el amor con varones de grandes extremidades, pobres mujeres», y en la que aún laten ecos de figuras como Nino Bravo («Su nombre verdadero fue: Luis Manuel Ferri Lopis. Hizo la mili en 1964, y muy bien»). Sea como fuere, resulta imprescindible advertir al lector que el carácter de España —como en el resto de su obra— no es normativo; Vilas es un autor inteligente, que trata como tales a sus lectores, y que por tanto no necesita indicarles hacia dónde han de encaminar sus pensamientos. De hecho, en una digresión a pie de página podemos leer lo siguiente: «Es una exageración dramática, muy española, el decir que España está retrasada. Pero es mentira. Ese tipo de literatura que trata del retraso histórico-económico de España no tiene sentido a partir de 1990.» Por supuesto, resulta tentador llevar a cabo una lectura irónica o aberrante —en términos de Eco— de todo esto, y situar al escritor aragonés como un dinamitador del sistema desde dentro; pero desde luego, el amplio abanico de lecturas que ofrece es otra de las grandezas de Vilas.

En una reciente entrevista, el escritor declaraba: «Abomino de la literatura como institución.» Hete aquí, pues, otro de los más polémicos y destacables frentes abiertos de España: la cruzada contra el anquilosamiento de la literatura y el establishment académico, tal como puede advertirse en fragmentos como “Tesis doctorales” o “María”. Asimismo, Vilas ofrece constantes guiños a la obra de Roberto Bolaño (al margen de homenajes a 2666 y préstamos de expresiones típicas del escritor desaparecido, compárese la descripción del infierno de los coches Lada —p. 54 de España— con aquélla otra del cementerio en Amuleto, de Bolaño —p. 65—) y una óptica lúdica y antidogmática de la literatura; una literatura vista por individuos totalmente ajenos a ella como es el caso del ingenuo niño que confundía la foto de Kafka con la de un gitano. ¡Chapeau, Vilas!