sábado, 18 de abril de 2009

'Un paseo solitario', de Gul Y. Davis

Tres años después de su irrupción en el mercado editorial, el proyecto que desde Cáceres está llevando a cabo Periférica constituye, sin lugar a dudas, uno de los más seductores y esotéricos fenómenos del panorama literario actual. A saber, promotores de lo que ha venido a conocerse como «edición de bolsillo de lujo», aunque sin excesivas inversiones en aparatos publicitarios (todas las portadas de sus títulos, apenas diferenciadas por la ilustración central, respetan una misma estructura), el catálogo de la editorial ha acogido clásicos europeos incuestionables (de Giovanni Verga a Pérez Galdós pasando por Benjamin Constant o Guy de Maupassant), contemporáneos inclasificables herederos de la mejor prosa experimental del siglo xx, como es el caso de Valérie Mréjen; y, acaso uno de sus más agradables señas de identidad, iconoclastas muy-muy cerebrales: dinamitadores del sistema desde una posición elegante y sesuda, revolucionarios de la narrativa política —aunque a la postre, toda manifestación creativa lo sea—; nada de populismos facilones, en definitiva. Hablamos de autores como Rodolfo E. Fogwill (Help a él), Lionel Tran (Sida mental) o Gul Y. Davis.

Siguiendo la estela del francés Tran, recientemente reseñado en este suplemento, Periférica regresa de nuevo sobre la estética de la Europa más underground. Para el caso que nos corresponde, Gul Y. Davis (1973) constituye una suerte de sosias del autor de Sida mental trasladado a territorio británico, si bien aquí permutamos la banlieue de Lyon por distintas instituciones erigidas como penitenciarias o pseudopenitenciarias —centros de acogida, hospitales y sanatorios—, retrotrayéndonos así al debate foucaultiano sobre la enfermedad mental y sus erradas decodificaciones sociales. Así, Un paseo solitario es el testimonio en primera persona de Wil Shaw, adolescente de dieciocho años que aparece devorado (anulado) por la afección nerviosa; algo que exige a Davis recurrir a ciertas herramientas de largo familiares en la posmodernidad, como puedan ser la deriva estética del discurso violento, siempre impostada desde un registro de asepsia —casi nihilista—; o las variaciones sobre distintos tabús que el psicoanálisis se ha ocupado de catalogar, haciendo especial hincapié en la figura de Edipo o la castración. Dos características (violencia y tabú) que encuentran un particular clímax cuando Wil recuerda cómo de niño, compartiendo un baño con su padre, éste le imparte una lección magistral sobre cómo perpetrar una masturbación; gesto que con posterioridad deviene repulsión hacia el acto sexual. Añádanse entonces otros leitmotivs como la imposibilidad de comunicación, el drama familiar y el amor (adolescente) no correspondido, para obtener un resultado reconocible —sobre todo si son seguidores del comic, digámoslo así, indie en Europa—, pero no por ello menos excitante. Un paseo solitario es, desde luego, una lectura muy recomendable.

jueves, 16 de abril de 2009

Órbita, de Serrano Larraz

Antes de iniciar su partida a Maryland, Ebenezer Cooke (1665-1732), poeta londinense que serviría de inspiración a John Barth para la escritura de ‘El plantador de tabaco’, se lamenta en la obra mencionada ante la sola idea de pensar «un pueblo entero sin nadie que les cante», de modo que lo que Barth discute en este pasaje en donde figura manifiesto el conflicto entre la Vieja Europa y la nueva colonia americana desprovista de tradición cultural, no es sino el desafío añadido que para un autor supone circunscribir su trabajo a escenarios sin precedentes históricos; escenarios más o menos vulgares cuya apelación no suscita ninguna clase de connotación estética: «¡Menuda; es trabajo para un Virgilio!», llega a exclamar Ebenezer Cooke en pleno éxtasis especulativo. Y a decir por el prólogo de Manuel Vilas para la colección de relatos ‘Órbita’, Miguel Serrano Larraz (Zaragoza, 1977) también aspira a ser investido como Nuevo Virgilio Zaragozano, acaso un rasgo chovinista o localista en esa emergente generación de escritores provenientes de la ciudad baturra de la que Vilas habla. 

He aquí que Serrano Larraz presenta en ‘Órbita’ una confusa macedonia de rasgos seductores y otras tantas incertidumbres, pues aunque ninguna de sus ficciones escapa al frescor de la actualidad y a la voluntad de reivindicar un nicho generacional, igualmente no deja de incomodar al lector la influencia, muchas veces obscena, que sobre él han ejercido Roberto Bolaño y el propio Vilas, quien a ratos también disfruta de homenajear compulsivamente al primero. De hecho, en el relato que abre el libro y da título a éste, Serrano Larraz no se presenta como simple imitador del chileno, sino directamente como falsificador: En “Órbita”, cuento que técnicamente es sobresaliente, el autor abusa incansable del más conocido recurso narrativo del chileno, a saber, las tres hipótesis o la triple posibilidad impostadas desde una voz exagerada y casi siempre con pretensión cómica, es decir, desde la voz del excelente monologuista que Bolaño fue. Por ejemplo: «El editor, asustado por el tono con que Bernardo se había dirigido a él, y asustado también por el tono con que Bernardo se había despedido de él, decidió asistir al encuentro acompañado, o escoltado, por tres conocidos, o por tres amigos, o tal vez por tres empleados de una empresa de seguridad», dice en “Órbita”. 

Continúa el eclipse del autor de ‘2666’ con apelaciones marginales al nazismo, viajes sin explicación aparente y geniales intelectuales que permanecen a la sombra de la vida pública. Serrano Larraz consigue, de hecho, que el lector se pregunte si este cuento constituye una parodia a la ficción bolañesca, si bien todo apunta a un indiscutible empacho de la misma, aunque añadiendo los detalles localistas arriba expuestos y permutando apócrifos aspirantes al Nobel por escritores de manuales de matemáticas para estudiantes de Secundaria (Serrano Larraz, como buena parte de los autores emergentes españoles, proviene de las Ciencias Exactas). Con “Shaman’s Blues” ocurre lo mismo, con la salvedad de que el zaragozano rescata ahora la faceta de conferenciante hiperbólico, histriónico e irreverente —recogida sobre todo en ‘Entre paréntesis’— del chileno.

Por eso mismo Serrano Larraz da lo mejor de sí mismo con aquellas piezas que componen costumbrismos contemporáneos en donde si hay un ingrediente en abundancia, eso es, sin ninguna duda, la humanidad, la cercanía para con el lector. Como el excelente “Zaragoza, a 8 de noviembre de 2002”, epístola al mismísimo Bryce Echenique en torno a la ruptura de una relación entre universitarios por culpa de una beca Erasmus, salpicada por reflexiones evidentes, aunque no por ello menos necesarias, sobre educación sentimental. O “Estrategias del aplauso”, especie de flujo de conciencia en segunda persona sobre el distanciamiento de las amistades conforme llega la madurez. O “Cuerpo y alma”, acontecido «en un restaurante vegetariano que organizaba “despedidas de soltero alternativas”», y donde el retrato generacional vuelve a alcanzar un nivel consistente. Ante un panorama así podemos concluir que Serrano Larraz aporta con ‘Órbita’ una colección verdaderamente entretenida, en donde solo queda un detalle que recriminar al escritor: la falta de ambición y el exiguo deseo de superar a sus influencias. Con un poco de suerte, el zaragozano puede deparar muchas sorpresas aún. 

lunes, 6 de abril de 2009

Las ciudades creativas, de Richard Florida


Algunas ideas buenísimas que el mundo se va a perder, VVAA

Bajo la coordinación y supervisión de Alberto Olmos (Segovia, 1975), Caballo de Troya ha decidido subirse al tren de los recientes ejercicios narrativos estrechamente ligados con el hipertexto, Internet y las nuevas tecnologías. Una tradición que encuentra sus orígenes allá por 1990 con la publicación en Eastgate de ‘Afternoon, a Story’, novela de Michael Joyce —«el Homero del hipertexto», como de él dijera la publicación alemana Der TAZ— fervientemente defendida por Robert Coover; y que para el caso español ha generado ficciones más o menos rupturistas como puedan ser el relato de Jordi Carrión de 2007 que lleva por título ‘Búsquedas’ (apócrifas entradas en Google cuyo objetivo es el trazado de pasadizos entre Andalucía y Cataluña), o esa otra novela inicialmente publicada como entradas para un blog compartido y posteriormente editada con el —acaso petulante— nombre de ‘Hotel Posmoderno’ (2008).


Lo que Olmos propone en ‘Algunas ideas buenísimas que el mundo se va a perder’ pasa por una provocación al concepto de lo literario, pues a diferencia de ‘Hotel Posmoderno’, las entradas de los distintos blogs aquí recogidos no fueron escritas con el objeto inicial de su aparición en papel. En palabras del autor de ‘Tatami’, y siguiendo cierto postulado estético según el cual la literatura deviene expresión perversa de la sentimentalidad en tanto que entronca con unas formas prefiguradas, los blogueros que alimentan las piezas del libro constituyen «un puñado de voces sin excesiva ambición literaria pero, quizá por eso, cargadas de honestidad». Ergo, precisamente por ello, sería errado pretender aplicar una metodología crítica convencional aquí, dado que aquello a lo que nos enfrentamos no es literatura en un sentido estricto (o lo que es igual, sus autores no parten con una voluntad explícita de ser catalogados bajo esta etiqueta), sino más bien cierta conjunción de piezas netamente confesionales, las más de las veces salpicadas de desaliento y rabia típicamente urbanitas: razón suficiente para poner de muy mal humor a quienes decidan decodificar ‘Algunas ideas buenísimas...’ como un signo más de la colonización cibernética (los ratos muertos que ello implica, así como su capacidad para atraer información basura) sobre esa otra cultura condenada a elevar el estado del alma.


Habida cuenta del actual debate reabierto en torno a la ontología de los géneros, sorprende el gesto de la editorial de no presentar el libro como novela fragmentaria, sino solo como novela (sin ninguna otra etiqueta) cuyo argumento descansa en la «existencia en medio del desierto», por lo que en todo caso convendría ser clasificada como «novela conceptual». También hay en ‘Algunas ideas buenísimas...’ auténtico compromiso con la actualidad en esa tentativa de Olmos por convertir en género literario los estados en Twitter, o en prosa los spam de mendicidad electrónica desde supuestos países tercermundistas. De igual modo conviene destacar la profusión de ideas acertadas provenientes de voces anónimas, siempre a través de idiolectos ingeniosos, relajados, cínicos y epigramáticos como eslóganes; a saber: «todos querríamos que nuestras tonterías fueran leídas por una cantidad ingente de desconocidos pero nunca por nuestro círculo cercano» (Supercrisis), o «—¿diferencia entre follar y hacer el amor? Yo, si sudo, es que estoy follando (María G. Abril). Por último, especial interés merecen las voces de los blogueros Supercrisis y Eritrea, quien a través de sus disertaciones sobre el patetismo universitario recuerda sospechosamente —aunque en una versión mucho más ligera (en efecto, menos ambiciosa)—, a aquel brillante Alberto Olmos de ‘A bordo del naufragio’.