(Entrevista con Javier Moreno + Reseña de Click)
De Saussure ya advirtió George Mounin que «la fuerte tradición familiar de cultura matemática, lejos de ser un estorbo, le proporciona uno de los componentes más reconocidos en su originalidad como lingüista». Algo muy parecido es posible advertir en la figura de Javier Moreno (Murcia, 1972), quien, esgrimiendo una prosa que en sus dos novelas —Click y La hermogeníada— recordará al lector la nueva narrativa estadounidense (del Dave Eggers de Una historia asombrosa, conmovedora y genial al Safran Foer de Todo está iluminado, pasando por el humor de Sedaris o la desmesura fosterwallaciana), ha convertido en seña de identidad suya cierta conjunción entre las ciencias exactas —Moreno cursó estudios de Matemáticas—, la cultura clásica y el gusto por el sketch y el corte publicitario. En declaraciones a EDC, el autor alude a su mapa referencial de este modo: «Cuando uno escribe se crea una especie de tabula rasa, desde los prospectos médicos a los cómics de la infancia pasando por la historia personal de cada uno. Del mismo modo la temporalidad también se iguala. En Cortes publicitarios, por ejemplo, tan referente es Píndaro como un anuncio contemporáneo». Y con toda naturalidad, resume: «No sabría decir qué es lo que más me ha influido, si Foster Wallace o Mortadelo y Filemón.»
A propósito del hilo argumental de su última novela, Click, Quisque Serezádez toma un colt 45 modelo Peacemaker (!) con una bala en el tambor, y opta por aquello de la ruleta rusa. A cada disparo que no acierte a salpicar de vísceras el lugar de los hechos, el personaje proseguirá redactando sus memorias; regresará una y otra vez sobre las historias de sus nueve musas (entre las que figuran periodistas, adolescentes, actrices porno, modelos, astrónomas…), cada una de las cuales inspira un estilo de escritura diferente al protagonista. Añádase a ello algunas aseveraciones de Quisque tales como que «el mundo no es un lugar confortable», y «nuestro objetivo en esta vida es fabricarnos otra caverna, un útero artificial donde morar y morir», para extraer uno de los primeros corolarios: Solo la escritura (el arte) nos redime.
Ahora bien, si de algo no carece Quisque es de perspectiva. Y como él mismo afirma en una suerte de referencia al ejercicio intelectual y el arte de la metáfora: «Era una estupidez a la que había que dotar de algún sentido. Algo en lo que siempre me he mostrado extraordinariamente hábil.» Más allá, Moreno duda de la veracidad que puedan contener las confesiones de su propio personaje; como él mismo apunta: «Siempre me ha atraído la idea del efecto túnel, el supuesto de que cuando uno muere pasa la vida en un instante por delante de tu conciencia, motivo por el que me interesaba contar su historia como si fueran fragmentos. Como si Quisque asistiera a esa visión post mortem. Y es por ello por lo que creo que se mantiene la ambigüedad a lo largo de la novela, y nunca se sabe si Quisque está jugando a la ruleta rusa, o bien realmente se ha disparado y todo lo que exterioriza no es más que el cuento a una especie de San Pedro.»
Lo sublime, lo cursi. La tomadura de pelo.
Acerca de la banda musical Keane, recientemente señalaba Íñigo López Palacios en EP3: «Con esas armas [batería, teclado y voz] componían unas canciones que se movían en esa finísima línea que separa lo sublime de lo hortera. Dependiendo del estado de ánimo del oyente aquello podía ser rock épico de primera división, de ese que se usaría para una carga de caballería, o pop empalagoso hasta el empacho». Exactamente la misma actitud lúdica o broma que Quisque quiere establecer con el lector, ese coqueteo suyo con la frontera que separa lo sublime, excelso y delicado de la melindre, la ñoñez y lo grotesco: Apto para abrir un interrogante sobre la cabeza del lector. Verbigracia, «al poco escucho el líquido fluir, un pequeño y cristalino arroyo discurriendo sobre un nevado paisaje alpino» (Descripción de Quisque al hilo del ejercicio de una micción femenina.)
Dudas, y más dudas, sobre la ontología de la ¿novela? contemporánea española.
Decíamos, cada una de las musas de Quisque inspira a este un tipo de escritura distinta. Es más, Click actúa sobre el lector como un juego de espejos cóncavos y convexos, en los que la narración puede dirigirse hacia una especie de patio de butacas, como si de un monólogo dramático se tratase (no olvidemos que Moreno es también autor de la obra teatral La balsa de Medusa), o como acto de introspección en donde tiene lugar el desdoblamiento (aquí Quisque practicaría una narración —estándar— en tercera persona para referirse a sus otros yo pasados), o también en un estilo epistolar de marcado carácter intimista. A ello suma Moreno —ensayista, también— disquisiciones de carácter teórico, aunque en origen su proyecto sea el de mantener un cordón profiláctico entre distintos géneros. En contraposición, alude a las vetas metaliterarias que desprenden algunas escenas de Click, por ejemplo, «la del coleccionista de reliquias que recoge fragmentos de la supuesta cruz de Cristo por diversos lugares del mundo. Ahí —dice el autor— la narración se equipara con la propia escritura de la novela». También: «La adicción macabra de Quisque en su infancia por reunir un collar de cuentas con hormigas para después prenderles fuego no deja de ser otra metáfora de la propia escritura del libro. Los fragmentos serían esas cuentas y el disparo es lo que reuniría a todos ellos».
Ante un panorama semejante cabe plantearse si Click es, en efecto, una novela, o una compilación de relatos con estructura marco definida —entroncando, claro está, con Las mil y una noches— más un notable prurito de ensamblaje. Para el escritor, «se trata no de una unidad orgánica, aristotélica, sino vinculada a la violencia; concretamente al juego de la ruleta rusa.»
¿Light? ¡Yeah!, pero con mala leche.
Que Javier Moreno no se corresponda con el arquetipo de intelectual socialmente incisivo no es óbice para que su narración —llamémosla light; intencionadamente feliz, a ratos— descuelgue sutiles derechazos a la ceja de más de un asunto peliagudo allá en la palestra informativa. Piénsese en la mordaz y apoteósica versión guiñol que despliega sobre la guerra de Iraq —protagonizada por unos inolvidables Push Junior, Tyrano, Tomy Jerry, Duce Mercatoni y Cidi José Mary—, donde la búsqueda de las Armas de Destrucción Masiva ha sido sustituida por el secuestro de Ada Dyamond McGregor, amada del gran Push Junior. Acaso con unos planteamientos retorcidos, Moreno opta por arrastrar el episodio histórico a lo literario, interpretándolo como una versión reciclada de la Ilíada homérica. Así, señala: «Desde que empezó el conflicto yo veía claro que las armas de destrucción masiva no eran más que una Elena de Troya, que luego resultó no estar allí según la documentación de la época». Siguiendo esta línea destaca el homage a Nabokov circunscrito en el personaje de Vivianna, adolescente de apenas trece años con la que Quisque entabla relación a través de un chat, y de la que finalmente acabará prendado. Sorprende aquí el ejercicio relativizador, no normativo, cuando Quisque se explica ante las acusaciones de Carolina: «No es una niña —dice el protagonista—. Es una diosa.» En este sentido, Moreno habla de establecer una clara separación entre la realidad y la ficción (en este punto es cuando uno recordaría el estrambótico caso mediático de Hernán Migoya con Todas putas), y aclara: «Quisque diviniza la belleza, y en este caso el personaje es un ejemplar más de esa belleza ».
Chúpate esa, Von Trier.
No es infrecuente oír hablar a los productores culturales sobre la necesidad de llevar a cabo un porno de autor e inteligente a la par. Jordi Costa, por ejemplo, sugiere que el salto cualitativo en el género X tiene lugar cada vez que alguien ilumina una perversión hasta entonces inédita. Por su parte, Lars von Trier cuenta que en cierta ocasión reunió en Dinamarca a un conjunto de mujeres con el objeto de desarrollar un ejercicio de brainstorming, a partir del cual poder originar una cinta como reacción al canon Playboy. Sea como fuere, resultó que la imaginación de las danesas no iba mucho más allá de la lectura que los productores californianos aplican a la sexualidad.
En el caso de Click, es posible hallar mediante Mymmi, actriz y productora, un nuevo conato para reformular la pornografía.
Pregunta: ¿Qué es lo que te atrae del porno para abordarlo en la novela?
Respuesta: A mí siempre me gusta a darle una vuelta de tuerca a los temas. Y desde luego no me gustan las escenas donde se trata el porno de manera convencional. En el caso de Mymmi, esta realiza películas que siempre tienen una componente intelectual detrás, incluso simbólico, rayano en lo metafísico.
P: ¿Y qué hay de la escena con Proust, Joyce, Cervantes y Virginia Woolf?
R: Me seducía la idea de juntar a varios escritores insignes de diversas épocas, mezclarlos y que fuesen tratados muy bien por una estrella del porno. Definitivamente, creo que se lo merecen.
Imposible mejorar los honores, vaya.
domingo, 26 de octubre de 2008
«Me sedujo la idea de varios autores insignes muy bien tratados por una pornostar»
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