jueves, 16 de abril de 2009

Órbita, de Serrano Larraz

Antes de iniciar su partida a Maryland, Ebenezer Cooke (1665-1732), poeta londinense que serviría de inspiración a John Barth para la escritura de ‘El plantador de tabaco’, se lamenta en la obra mencionada ante la sola idea de pensar «un pueblo entero sin nadie que les cante», de modo que lo que Barth discute en este pasaje en donde figura manifiesto el conflicto entre la Vieja Europa y la nueva colonia americana desprovista de tradición cultural, no es sino el desafío añadido que para un autor supone circunscribir su trabajo a escenarios sin precedentes históricos; escenarios más o menos vulgares cuya apelación no suscita ninguna clase de connotación estética: «¡Menuda; es trabajo para un Virgilio!», llega a exclamar Ebenezer Cooke en pleno éxtasis especulativo. Y a decir por el prólogo de Manuel Vilas para la colección de relatos ‘Órbita’, Miguel Serrano Larraz (Zaragoza, 1977) también aspira a ser investido como Nuevo Virgilio Zaragozano, acaso un rasgo chovinista o localista en esa emergente generación de escritores provenientes de la ciudad baturra de la que Vilas habla. 

He aquí que Serrano Larraz presenta en ‘Órbita’ una confusa macedonia de rasgos seductores y otras tantas incertidumbres, pues aunque ninguna de sus ficciones escapa al frescor de la actualidad y a la voluntad de reivindicar un nicho generacional, igualmente no deja de incomodar al lector la influencia, muchas veces obscena, que sobre él han ejercido Roberto Bolaño y el propio Vilas, quien a ratos también disfruta de homenajear compulsivamente al primero. De hecho, en el relato que abre el libro y da título a éste, Serrano Larraz no se presenta como simple imitador del chileno, sino directamente como falsificador: En “Órbita”, cuento que técnicamente es sobresaliente, el autor abusa incansable del más conocido recurso narrativo del chileno, a saber, las tres hipótesis o la triple posibilidad impostadas desde una voz exagerada y casi siempre con pretensión cómica, es decir, desde la voz del excelente monologuista que Bolaño fue. Por ejemplo: «El editor, asustado por el tono con que Bernardo se había dirigido a él, y asustado también por el tono con que Bernardo se había despedido de él, decidió asistir al encuentro acompañado, o escoltado, por tres conocidos, o por tres amigos, o tal vez por tres empleados de una empresa de seguridad», dice en “Órbita”. 

Continúa el eclipse del autor de ‘2666’ con apelaciones marginales al nazismo, viajes sin explicación aparente y geniales intelectuales que permanecen a la sombra de la vida pública. Serrano Larraz consigue, de hecho, que el lector se pregunte si este cuento constituye una parodia a la ficción bolañesca, si bien todo apunta a un indiscutible empacho de la misma, aunque añadiendo los detalles localistas arriba expuestos y permutando apócrifos aspirantes al Nobel por escritores de manuales de matemáticas para estudiantes de Secundaria (Serrano Larraz, como buena parte de los autores emergentes españoles, proviene de las Ciencias Exactas). Con “Shaman’s Blues” ocurre lo mismo, con la salvedad de que el zaragozano rescata ahora la faceta de conferenciante hiperbólico, histriónico e irreverente —recogida sobre todo en ‘Entre paréntesis’— del chileno.

Por eso mismo Serrano Larraz da lo mejor de sí mismo con aquellas piezas que componen costumbrismos contemporáneos en donde si hay un ingrediente en abundancia, eso es, sin ninguna duda, la humanidad, la cercanía para con el lector. Como el excelente “Zaragoza, a 8 de noviembre de 2002”, epístola al mismísimo Bryce Echenique en torno a la ruptura de una relación entre universitarios por culpa de una beca Erasmus, salpicada por reflexiones evidentes, aunque no por ello menos necesarias, sobre educación sentimental. O “Estrategias del aplauso”, especie de flujo de conciencia en segunda persona sobre el distanciamiento de las amistades conforme llega la madurez. O “Cuerpo y alma”, acontecido «en un restaurante vegetariano que organizaba “despedidas de soltero alternativas”», y donde el retrato generacional vuelve a alcanzar un nivel consistente. Ante un panorama así podemos concluir que Serrano Larraz aporta con ‘Órbita’ una colección verdaderamente entretenida, en donde solo queda un detalle que recriminar al escritor: la falta de ambición y el exiguo deseo de superar a sus influencias. Con un poco de suerte, el zaragozano puede deparar muchas sorpresas aún. 

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