miércoles, 1 de octubre de 2008

Pizzería Kamikaze, de Etgar Keret

Admitamos desde este preciso instante que el proceso evolutivo del Etgar Keret (Tel Aviv, 1967) en La chica sobre la nevera hacia Pizzería Kamikaze resulta próximo al desmán. Y es que si bien es cierto que en su primera colección de cuentos editada en España el autor israelí esgrimía una composición tan desopilante como temeraria (pienso en algunas perlas del tipo «por la noche volvió Lucach a soñar que estaba en la jungla. Que saltaba de árbol en árbol, comía plátanos y se follaba a todas las monas»), erigida a través de una metodología pseudodadaísta; en Pizzería... cabe pensar que Keret ha querido moderarse, no solo ya en cuanto al humor cáustico, sino también en lo que respecta al componente político. Recuérdese a este respecto la continua parodia de unos y otros en el conflicto árabe israelí esbozada en La chica…

Para el caso que nos ocupa, y habida cuenta del reciclaje estilístico, diremos que hay relatos que son meros accesos de ingenio —tal es el caso del conato alegórico contenido en “La historia del conductor de autobús que quería ser Dios”; probablemente el cuento menos prometedor de la compilación, y por ende el menos apropiado para inaugurarla—; relatos blanduzcos, también —“El cóctel del infierno”—; o relatos como “La chaladura de Nimrot”, que apuntan muy buenas maneras y recuperan al Keret más gamberro. Será aquí, pues, en esta historia sobre la degeneración de la amistad, donde el israelí regrese al pastiche de postín con personajes chiflados que reescriben La Biblia (en efecto, ya que vamos a practicar la iconoclastia, pensaría E.K., ¿por qué no hacerlo apuntando al mismísimo Borges de Pierre Menard?) y espíritus que toman el pelo a los vivos a través de la güija, sin por ello desestimar el componente esotérico del texto. Pero la cosa no se queda ahí: acaso por su brevedad, “Útero” alcanza cotas aún más altas de virtuosismo narrativo que ponen de manifiesto la capacidad de Keret para desfigura al ser humano en sus obsesiones más burdas —el sexo; la envidia—.

Adaptada a la novela gráfica y al cine, la novela corta que da nombre a la compilación regresa sobre dos de los topoi más recurrentes en el escritor israelí, a saber, el más allá y la religión. Un rasgo que al entroncar con la escenografía de road movie infernal (los personajes de Pizzería Kamikaze viajan a lo largo de un purgatorio de suicidas donde incluso hay cabida para el ex líder de Nirvana) y las simpatías de los desequilibrados personajes (entre otras cosas, los chicos de Pizzería sueñan que se “cagan en la cabeza” recíprocamente), traslada la narración a un espectro fronterizo entre el cuento clásico y el siempre impagable olfato de coolhunter, al que podríamos referirnos como po(p)modernidad literaria. Al margen, conviene incidir sobre los momentos extáticos que Keret alcanza gracias a alguno de sus microrrelatos integrados en el corpus total, verbigracia, el feroz diálogo entre Ari y Nasser que resume la colisión de valores entre el mundo oriental y occidental (p. 78).

Por todo lo anterior concluiremos que en ninguna de sus dos opciones (La chica… o Pizzería) resulta Keret rechazable. De lo que no cabe duda, pues, es que el espíritu —digamos, un treinta y cinco por ciento más— descafeinado que esgrime en su última entrega, caerá de mal grado en el estómago de sus fans.

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