viernes, 12 de diciembre de 2008

Incógnito, de Grégory Mardon

A Grégory Mardon (Francia, 1971) le basta una resma de solo cincuenta y ocho páginas para pergeñar un intachable tratado sobre las relaciones humanas en plena era post-feminista, tal como ya empieza a anunciarnos desde la mismísima portada de Incógnito (Víctimas perfectas). En ella asistimos a un Jean-Pierre sentado en un sofá junto a la fisioterapeuta Berenice, la cual, pese a estar prendado de ella, se le antoja monstruosa y gigantesca por lo inalcanzable; una relación asimétrica entre sexos descompensados. 

La trama que sigue Incógnito parte del accidente sufrido por un Jean-Pierre ebrio que, tras fracturarse la pierna, conocerá a la atractiva Berenice en su consulta. La fisioterapeuta, no obstante, aparece dominada por el segundo personaje masculino de la historia: su hermano Ambroise, condenado a observar el mundo desde su silla de ruedas, y, acaso presa de la apatía y la completa ausencia de actividad, portador de un irrefrenable bucle de celos. De este modo, no debemos interpretar como una mera casualidad el hecho de que Mardon decidiera caracterizar al sexo masculino en Incógnito como lisiado (débil) en una suerte de dicotomía, pues mientras Ambroise sufre por sus ardides malévolos para dominar a Berenice —del abuso psicológico al chantaje emocional mediante falsas amenazas de suicidio—, Jean-Pierre lo hace por todo lo contrario: su complejo de castración y síndrome de impotencia, secuela de su propensión a pasar desapercibido en el mundo (en efecto, Berenice describirá al protagonista como «Nada sospechoso y sincero.»)   

Huelga advertir que son los detalles sobresalientemente agudos los que hacen de Incógnito un golpe —difícil de digerir— directo al estómago del lector; obsérvese en este sentido ese flash-back en el que la madre de Jean-Pierre, luego de haber discutido con su marido, abraza al futuro hombre invisible directamente contra su pecho, violando así toda preceptiva freudiana; o el asco con el que Ambroise asiste a la cobertura de una necesidad fisiológica tan corriente como pueda ser la comida por parte de su hermana Berenice (p. 28). Así que no se excusen: lean a Mardon. Ya. 

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